Los libros de GABRIEL CASTELLÓ
Gabriel Castelló Alonso (Valencia, 1972) publicó su primera, y exitosa novela, «VALENTIA. Las memorias de Cayo Naso» en el año 2008, una historia de aventuras ambientada en la Hispania de Quinto Sertorio. En su segunda novela «DEVOTIO«, Gabriel Castelló trata esta singular forma hispana de lealtad extrema a través de la historia de dos personajes, Eutiquio y Antonio, uno en tiempos de Diocleciano y el otro en la Beronia hispana, años después de las guerras sertorianas. En el 2014, ha publicado su tercera novela «Princeps, el primer ciudadano de Roma«, centrado en la figura de Octavio y la última guerra civil de la República, que le llevó al poder. En este año, Gabriel Castelló ha publicado «Archienemigos de Roma«, un excelente libro en el que, de un modo muy entretenido, repasa los grandes personajes históricos que se enfrentaron a la imparable maquinaria bélica de la República y el Imperio Romano. Gabriel imparte además talleres de literatura creativa en Valencia y colabora asiduamente con la revista «Stilus» de la Asociación Hispania Romana.
Cuando Viator Imperi me sugirió abrir esta nueva sección con la selección de libros que me han marcado como autor de novela histórica me alegré mucho, pues soy de la opinión de «dime que has leído y te diré lo que escribes». Yo empecé con la épica desde bien pequeño. Partiendo de la base de que recreaba batallas de la Antigüedad y los cómics de Conan con los playmobil, no había forma de despegarme de la televisión cuando cada Pascua volvía BEN-HUR, QVO VADIS, ESPARTACO, CLEOPATRA, etc. Así pues, durante la adolescencia tuve al fin la capacidad de poder leer cosas más allá de lo que los estudios exigían. Inquieto y curioso como soy estaba insatisfecho con quedarme sólo con las películas de capa y espada que adoraba, así que pasé de la ficción histórica cinematográfica a la escrita, descubriendo así un mundo nuevo, más completo y fascinante que el del celuloide, pues daba rienda suelta a mi imaginación sin los corsés de la industria del cine.
La novela causante de aquel cambio que marcaría mi destino fue la gran Sinuhé, el egipcio del finlandés Mika Waltari, obra de corte clásico, casi decimonónico, que me impactó y me corroboró que la versión para el cine siempre es mucho peor que la obra en la que se inspira. Después del médico egipcio vino Yo, Claudio de Robert Graves, todo un ejemplo del buen hacer recreando la agitada vida en la corte de los Julio-Claudios, el Aníbal de Gisbert Haefs, otra obra fascinante que me hizo ver el punto de vista de “los otros”. Estas tres novelas son mí triada capitolina, las tres novelas que me inspiraron y que condicionaron mi primera obra, pues las tres comparten un esquema técnico: están escritas en primera persona, y quizá por ello mi Valentia, las memorias de Cayo Antonio Naso es un tributo a estas tres joyas de la literatura.
Como un Alonso Quijano de la novela histórica, tras aquellas tres novelas fetiche me lancé a devorar libros escritos en la misma línea de las tres anteriores: Juliano el Apóstata de Gore Vidal, Espartaco de Howard Fast, Sónica la cortesana de mi paisano Vicente Blasco Ibáñez, El médico de Noah Gordon, Salambó de Gustave Flaubert, Los últimos días de Constantinopla de Mika Waltari, la trilogía de Alexander de Valerio Massimo Manfredi, El vellocino de oro de Robert Graves, Puertas de Fuego de Steven Pressfield, El Mozárabe de Jesús Sánchez Adalid, Tartessos de Jesús Maesto de la Torre, El Salón Dorado, El Cid y Numancia del maestro José Luís Corral, y así un larguísimo etcétera que me fueron dando combustible para que, tras años y años de empaparme de buena literatura histórica, curiosea en decenas de ensayos sobre la Antigüedad clásica y recorrer los museos y yacimientos arqueológicos de medio Mediterráneo, un día decidiese pasar de consumidor voraz de novela a creador de ficción emulando a mi querido Blasco Ibáñez al escribir una historia épica ambientada en la Antigüedad clásica en tierras valencianas. No sé si todos estos ingredientes me han aportado una receta apetitosa. Ese juicio corresponde a los lectores, que al igual que infantes y ebrios, siempre dicen la verdad.